Ldo. Bernardino de Zárate.
Una nueva corporación municipal se constituía en las Casas Consistoriales de Alcázar de San Juan el 1 de julio de 1891. En aquella misma sesión se iba a hacer público el nombramiento, de acuerdo a la ley municipal, de uno de los concejales que había sido verificado tras las pasadas elecciones del mes de mayo, al abogado Vicente Jaén Giménez. Iba a asumir de nuevo la presidencia del consistorio, esta vez para el bienio 1891-1893 que se acababa de abrir. Y Vicente Jaén Giménez iba a aceptarla sabiendo que contaba con el apoyo total de aquel grupo de hombres que le hubiera votado por unanimidad si el nombramiento se hubiera producido por distinta vía reglamentaria.
Ninguno de sus diecisiete miembros podía imaginar en aquella mañana la situación tan extrema a la que se verían expuestos apenas dos meses después. Alegremente o no, aquellos concejales pensaban que iban a considerar los temas propios del gobierno municipal, conforme ellos sabían que venía sucediendo en el día a día, aunque hubiera algunos más engorrosos, pero de principal importancia, como el de la sesión del 12 de julio cuando se trataron los deslindes con la vecina villa de Campo de Criptana en torno al pozo del Albardial. O aquella otra cuestión en la sesión ordinaria del 6 de septiembre, casi una semana antes de que comenzaran todos los sucesos, en la que tuvieron que tratar sobre la propiedad del pozo del paseo de la Estación que el Ayuntamiento utilizaba para el riego de los árboles que había plantado. Dicha propiedad, al parecer, seguía amenazada porque desde Madrid un particular se la reclamaba al municipio. Otros temas más convencionales, sin embargo, seguirían un camino menos complicado para su aprobación, como el problema que generaba la acumulación de garrafas de gasolina utilizadas en el alumbrado público; o ciertas autorizaciones especiales como la que se trataría bajo un escueto epígrafe de festejo aquel mismo mes de julio, al poco de constituirse la corporación, a causa de un permiso que alguien solicitó directamente al alcalde para “construir una plaza de toros de madera en el local del matadero público” y dar tres corridas de novillos, dos de ellas los días 8 y 9 de septiembre. Todo esto, sin contar con los temas puramente administrativos, y algunos más que ahora no vienen al caso, agotaban el tiempo del gobierno de la ciudad en aquellas sesiones dominicales a las nueve de la mañana, conforme ellos habían acordado.
Pero llegó septiembre, y antes de que los señores del Ayuntamiento se reunieran en sesión ordinaria la mañana del domingo 13, algunos periódicos de Madrid, en sus distintas ediciones de la víspera, habían comenzado a divulgar entre sus lectores las circunstancias en las que se encontraba la línea férrea entre Alcázar y Madrid a causa de las lluvias, una situación que afectaba al tráfico de los trenes hasta el punto de generar un notable caos en la circulación que dejó sus efectos colaterales en la estación de Alcázar de San Juan. De hecho, El Heraldo de Madrid, un diario independiente que administraba Mariano Dueñas Gómez, incluía en la segunda página una noticia que tenía a Alcázar como protagonista: “Se sabe, o mejor dicho, se supone, que los trenes números 21, 9 y 7 han retrocedido hasta Alcázar de San Juan, donde se encuentran sin poder pasar, pues los destrozos de la línea son importantes”. Otro periódico, La Época, que publicaba últimas noticias y telegramas de la tarde, centraba su información en que “en la línea férrea de Madrid a Alicante, en la sección comprendida entre Aranjuez y Alcázar de San Juan, los destrozos causados por la lluvia dieron motivo a que ayer tarde se suspendiese la circulación de los trenes”. La información formaba parte de una noticia más amplia titulada Efectos del temporal en la que recogía la situación en diversas provincias, entre ellas las de Toledo y Ciudad Real, a causa de unas lluvias de gran intensidad que habían comenzado el mismo viernes.
La Unión Católica, aparte de reconocerse a sí mismo como un diario confesional, tenía a bien atender otras noticias de carácter político y literario que se producían en la capital. Aquel mismo sábado recogía bajo El temporal de ayer un conjunto de noticias relacionadas con las lluvias en Madrid durante el viernes 11 en las que incluía a continuación la situación del tráfico ferroviario y reconocía la destrucción de la línea entre Aranjuez y Alcázar en cuatro puntos. Sin embargo, uno de sus redactores, movido posiblemente por su celo profesional, se acercó hasta la misma estación de Atocha en la que pudo informarse de primera mano lo que le permitió publicar: “Según las noticias que hemos podido adquirir en la estación del Mediodía, todos los trenes se hayan detenidos en Alcázar de San Juan, y las redes telegráficas están interrumpidas. El telégrafo del Gobierno ha comunicado con Aranjuez para saber si se podía comunicar con Alcázar, constatando que Aranjuez no puede comunicarse con Alcázar por estar interrumpida la línea. Esta tarde ha salido un ingeniero en un tren con los materiales necesarios para reponer la vía que tiene diecinueve cortes por diferentes sitios, a consecuencia de las lluvias”.
Si el caos organizado en las comunicaciones había pasado a la prensa casi desde el mismo viernes 11 de septiembre, las noticias sobre la desmesurada tragedia que sucedió en Consuegra durante aquella fatídica noche del viernes al sábado tendrían que hacerse esperar, aunque acto seguido ocuparon un importante espacio y preocupación general. Tan amplísima tragedia solo tuvo que ver con Alcázar en algunos aspectos, no menos dramáticos si tenemos en cuenta el hallazgo de cierto número de cadáveres en la cuenca del río Gigüela, entre otras cosas. Lo cierto es que la Naturaleza actuó con todas sus fuerzas sobre ciertas zonas de nuestra geografía y convirtió a sus habitantes en víctimas propiciatorias, y si la catástrofe de Consuegra tuvo su reflejo en la memoria de la gestión política de Alcázar, conforme dejan ver las actas de las sesiones de la corporación, los acontecimientos que tuvieron lugar en la estación de ferrocarril, como el bloqueo de los trenes que publicaba la prensa de Madrid, apenas tuvieron trascendencia oficial.
Cabe preguntarse si los trenes bloqueados fueron solo los tres mencionados más arriba. ¿Hubo alguno más? ¿De qué número de pasajeros podríamos hablar? ¿La situación de estos alcanzó niveles de desesperación conforme sugieren sus escasos testimonios? El periódico El Día, también en su edición del sábado 12, publicaba en un contexto más amplio que “el tren mixto de Andalucía que salió por la mañana quedó detenido en Quero”. Mientras tanto, el periódico La Época abundaba en la identificación de este último tren y en la situación de otros convoyes. Lo hacía en su edición del mismo día: “… el mixto procedente de Sevilla no pudo pasar de Quero y el correo de aquella región hubo de enviarse por la línea de Ciudad Real…”. ¿Coincidiría este tren mixto con alguno de los que retrocedieron a Alcázar como se dice más arriba? ¿Cuántos fueron redirigidos hacia Ciudad Real, vía Manzanares, para enlazar con la línea directa entre Ciudad Real y Madrid? ¿Los responsables del tráfico ferroviario en la estación de Alcázar llegaron a conocer en algún momento que aquella línea también se vio afectada en su trazado, lo que provocó graves problemas en la estación de Ciudad Real? Es imposible saberlo, y cabe pensar que cada estación buscó su propio alivio ante la situación de crisis.
Las noticias del domingo 13 no fueron más alentadoras y volvieron a centrarse en la descripción de los daños en la vía o en la situación unos los trenes que seguían sin localizar. También es cierto que los daños en las líneas telegráficas ayudaban poco o nada. El Día, insistía en esa misma línea: “Ayer tarde, en el despacho de billetes de la estación de Atocha, había el siguiente anuncio: ‘Por interrupciones telegráficas y cortaduras de la vía, no se tienen noticias de la marcha de los trenes correos y mixtos de las líneas de Alicante, Valencia, Murcia, Cartagena, Andalucía y Ciudad Real. Tan pronto como se sepa algo se pondrá en conocimiento público”. Y el periódico independiente El Heraldo de Madrid insistía en la misma tónica: “En Alcázar también se encuentran detenidos varios correos ascendentes, sin saber hasta cuando permanecerán allí”.
El telégrafo oficial debió seguir funcionando a pesar de las calamidades porque en la sesión ordinaria de los señores del Ayuntamiento del domingo 13 el alcalde les daba cuenta de un telegrama del gobernador civil de la provincia en el que esta autoridad se interesaba para que el Ayuntamiento socorriera “a los viajeros detenidos en esta población por consecuencias de las incomunicaciones de vías por efecto del temporal”. La corporación acordaba asumir el compromiso de socorro y derivar los gastos al capítulo de imprevistos. Sin embargo, en dicha sesión nada se decidió sobre cómo hacerlo, ni en la forma ni en el modo, o si se decidió no se documentó salvo la preocupación por el gasto. Es posible que otro documento que trataron aquella mañana, muchísimo más inquietante, les hiciera desviar su atención. Se trataba de un oficio del juez de instrucción del partido y estaba relacionado con los terribles acontecimientos que se habían producido en la vecina Consuegra. Solicitaba la autoridad judicial al Ayuntamiento “se recojan y trasladen a esta ciudad los cadáveres que arrastrados por la corriente de las aguas se encuentran en este término a causa de las inundaciones”. Es cierto que la corporación aceptó este compromiso y, además, lo amplió a la custodia de los efectos que las aguas habían arrastrado, aunque su preocupación final, como en el socorro a los viajeros, parecía centrarse en resolver el destino final de los gastos que se iban a generar, por lo que se tendría que consultar de nuevo al gobernador. Dos gastos imprevistos y a lo mejor de calado, nada menos.
Dos temas menores, uno sobre el control de los materiales de la secretaría y otro sobre unos defectos en el teatro viejo de la plaza de la Constitución que afectaban a la higiene pública cerraron la sesión. Nada más se sabe oficialmente de lo que sucedió aquel domingo y si en los días siguientes el socorro tuvo repercusión en la poblada estación. Al parecer, la estación de ferrocarril, tras dos días de parálisis ferroviaria, al menos en dirección a Madrid, podría estar convirtiéndose en un foco de conflicto porque veinticuatro horas después se fechaba un telegrama en Alcázar describiendo la situación. Primera noticia directa a través de un cable que se enviaba a la redacción del periódico madrileño La Justicia, un diario de orientación republicana que dirigía Antonio Luis Carrión, y cuya fundación se atribuye a Nicolás Salmerón, aunque las fuentes no se ponen de acuerdo.
Poco o nada de todo esto que se viene contando hubiera sido posible sin la generosidad de un supuesto descendiente del firmante del telegrama que prefiere mantenerse en el anonimato. Decimos que era un supuesto descendiente porque en realidad no nos ha proporcionado ninguna muestra determinante de ese supuesto vínculo de descendencia. Simplemente, hemos decidido confiar en él por todo lo que nos llegó a contar y que ahora no viene al caso. De manera casi fortuita el texto original del telegrama cayó en su poder y supo conservarlo, al contrario de tantísimos papeles que se han perdido en cualquier situación. Tal vez tocado por cierta gracia, dicho documento nunca salió del ámbito de su familia, según nos confesó. En el mismo sobre se conservaron, cosidas a una desgastada hoja de papel, dos páginas del mencionado periódico La Justicia. Dicho material fue el que nos puso sobre la pista que nos permitiría reconstruir en parte el colapso ferroviario y la situación que afectó a los viajeros en la estación de Alcázar. Dicho telegrama se fechaba en la estación telegráfica de Alcázar el lunes 14 de septiembre a las 11 de la mañana. Deducimos, por otras fuentes, que el telégrafo oficial siguió funcionando, pero no sabemos cómo y de qué manera este telegrama se pudo enviar desde Alcázar. ¿Tal vez con el telégrafo del ferrocarril? El hecho es que llegó a su destino, aunque no lo hizo a tiempo para la edición de la tarde de ese mismo día y los lectores no lo tuvieron entre sus manos hasta la edición del martes 15 de septiembre.
Es cierto que este telegrama no ocupaba un lugar destacable en la edición, pero desde La Justicia se le prestó la atención que se merecía. Decía así: Un telegrama, titulaba el periódico casi al final de todas las noticias relativas al temporal y a la tragedia de Consuegra. Y a continuación reproducía el texto añadiéndole una entradilla: Los pasajeros detenidos en Alcázar nos dirigen el siguiente telegrama: Alcázar, 14 (11 m).- Los viajeros detenidos en esta estación están en la situación más violenta. Desean se les conduzca al punto de destino. Varios jefes han expedido billetes estando la línea interrumpida, la mayoría de los viajeros carecen de recursos y han tenido que dormir en los vagones. Muchos llevan niños; algunos de corta edad. El conflicto puede tomar proporciones.- Hernández, viajante. Ciertas circunstancias fortuitas hicieron posible que supiéramos de este tal Hernández y de su experiencia ferroviaria en la estación de Alcázar. Sin embargo, ahora permítasenos que nos despidamos de él.
El caos en las líneas se mantuvo durante días y los trabajos de reparación no conseguían realizarse con la suficiente rapidez. Nada parecía estar reparado cinco días después del origen de los daños, o muy poco. El Día, en su edición de la noche de ese martes, insistía en esta situación a pesar de la implicación del Gobierno y de los responsables de la compañía ferroviaria. Al mismo tiempo se refería a la situación en la que seguía la línea entre Aranjuez y Alcázar en distintos tramos, lo que hacía inviable la circulación, por lo que es muy posible que los trenes permanecieran en Alcázar. Por ejemplo, entre Huerta y Villacañas, conforme se publicaba, hubo tal corte en la vía que esta se quedó colgando, sin terraplén; además, el periódico avanzaba un pronóstico al final del amplio espacio que dedicaba a la situación de las líneas férreas y telegráficas: “Según los cálculos más exactos, tardará aún ocho días o diez la reconstrucción y reparación de los desperfectos causados, tanto en las vías como en las líneas telegráficas, por el temporal”.
A pesar de que las comunicaciones estaban en esa situación, sus consecuencias en la estación de Alcázar parecían haberse disuelto en un misterioso olvido. El pleno extraordinario que se convocó el miércoles 16 de septiembre estuvo presidido por el primer teniente de alcalde, por lo que deducimos que Vicente Jaén, el alcalde, no participó. La sesión tuvo un motivo único y principal, atender la solicitud de ayuda enviada por el alcalde de Consuegra, petición que se resolvió con suficiente generosidad y presteza si atendemos al acuerdo municipal y a las noticias posteriores que mencionarán la salida de carros con alimentos hacia Consuegra por un valor de hasta mil pesetas. Cuatro días después, la sesión ordinaria correspondiente al domingo día 20 atendió temas rutinarios: la solicitud de uso de un alcacel propiedad del Ayuntamiento por parte de un particular o el nombramiento del cobrador del recargo de la contribución territorial e industrial, entre otras cosas de semejante tenor. Ignoramos si la situación de los trenes estacionados en la estación se pudo solucionar mientras tanto, porque dicha solución no se menciona. Respecto a los pasajeros tampoco se confirma en las fuentes oficiales el auxilio conforme lo pedía el gobernador en su telegrama.
Sea como fuere, El Imparcial, el periódico liberal que había fundado Eduardo Gasset y Artime años atrás, publicaba el día 17 sin citar la fuente, un breve que daba a entender la realidad de la situación: “Leemos -decía el periódico-: Desde Cartagena han preguntado hoy á Madrid por el paradero de un tren compuesto de 200 viajeros, que salió de Cartagena el día 11, y aún se ignora donde está detenido”. Y el periodista, tirando de sarcasmo, añadía a la noticia el siguiente comentario: “¡Un tren perdido entre Cartagena y Madrid desde el día 11! ¿Habrá entre Madrid y Cartagena algún desierto de Sahara sin que nadie lo sepa? La noticia debió publicarse por la mañana porque El Correo Militar, en su edición madrileña de la tarde, la reproducía y la ampliaba con la información proporcionada por un viajero de este tren, al que se le supone en Madrid, pero sin que el viajero ni el periodista nos digan cómo el primero había llegado hasta la capital. El periodista del Correo se daba el gusto de añadirle un nuevo comentario, con no menos intención: “A nosotros nos ha dicho un viajero del expresado tren, que se detuvieron en Alcázar de San Juan y avisaron al alcalde diciéndole la situación angustiosa en que se encontraban, á lo que parece contestó el monterilla manchego, que no tenía instrucciones, y que por tanto, nada podía hacer. Y ni se movió de su casa. En cambio le hemos oído hacer elogios de la conducta del jefe de la estación”. Siendo un testimonio tan detallado es difícil pensar que este tren fuera uno de los que desviaron hacia Ciudad Real porque de ser así el relator se lo hubiera contado al periodista. ¿Sugiere la información que el alcalde desoyó la petición de auxilio del gobernador?
Como la noticia apareció sin fechar en los dos periódicos no podemos conocer en qué momento se llevó a efecto aquel aviso del que hablaba el viajero y si el alcalde ya conocía el telegrama del gobernador civil con aquella petición tan concreta de asistencia a los viajeros y que habían conocido en la sesión municipal del domingo 13. Los plenos correspondientes al domingo 20, el extraordinario que se celebró el jueves 24 y el ordinario del domingo 27 tampoco ofrecen información sobre situación de los trenes ni de las medidas para paliar el estado de los pasajeros, por lo que es imposible concluir si efectivamente, al menos los pasajeros, fueron atendidos desde la municipalidad conforme hubiera correspondido.
Sin embargo, podemos deducir que el alcalde no estuvo cruzado de brazos durante aquella semana, porque el domingo día 20, La Época, uno de los periódicos vespertinos que ya hemos mencionado, publicó una noticia bajo el titular En Alcázar. Hambre y miseria. La noticia reproducía un telegrama fechado en Alcázar ese mismo domingo a las 8.30 de la mañana, solo media hora antes del comienzo de la sesión de los concejales en el Ayuntamiento. El periodista no intervino al escribir el encabezamiento: “El alcalde de Alcázar de San Juan nos remite el siguiente telegrama”; acto seguido reproducía el documento: “Director Época: Alcázar 20 (8.30 mañana).- En despacho de ayer, dirigido al señor ministro de Gobernación, le digo lo siguiente: El estado de esta villa es desesperado a causa de la inundación del día 11. El hambre ha invadido al vecindario, sin que me sea dable mitigar sus dolores por falta de recursos. Sin cosecha de cereales, la de invierno ha desaparecido al impulso de las aguas; crecido número de casas se han hundido y otras amenazan ruina, lo cual hace que la situación de sus moradores sea más horrible. Población enferma, incluso el alcalde y los concejales con el personal de secretaría. Faltan brazos o recursos para sanear el pueblo y sus alrededores, llenos de inmundicias y animales muertos. Aún continuamos incomunicados con Madrid y Toledo. Habitantes aguardan impacientes. Excmo. Sr.: Auxilio y protección de los poderes públicos”.
El alcalde Vicente Jaén Giménez realizó un retrato de la ciudad de Alcázar en el límite de lo dantesco. ¿Qué le movió a ello, al margen de ese posible auxilio que solicita de los poderes públicos? Como puede comprobarse, en su opinión Alcázar no solo resultó tremendamente afectada por los efectos del temporal de lluvias del 11 de septiembre, casi al borde del colapso, sino que también se vio abocada al hambre, sumida en la enfermedad. Respecto a las comunicaciones, solo hay una referencia circunstancial a la situación del ferrocarril cuando afirma “continuamos incomunicados con Madrid”. Este despacho dirigido al ministro de Gobernación parece que no dejó ningún rastro en la documentación municipal. Se puede pensar si en ningún momento el alcalde informó al resto de los señores de la corporación. El contenido de las sesiones que siguieron a la de aquel domingo 20, la extraordinaria del 24 y la del domingo 27, permanecieron igualmente mudas respecto al dramatismo del estado en el que supuestamente se vio la población, tal y conforme se describe. De los pasajeros nunca se supo nada. Es muy posible que el alcalde, pensando con cierta lógica, entendiera que los trenes no eran cosa de la municipalidad, solo de la compañía ferroviaria que los volvería a poner en circulación. De la misma manera que los trenes llegaron a la estación, todos ellos terminarían por partir hacia su destino final con su carga de humanidad. Mientras los trenes perdían su protagonismo en la prensa con el paso de los días, los pasajeros que nunca fueron objeto de preocupación municipal lograron ocupar un pequeño espacio en la prensa madrileña a través de las dos excepciones que hemos comentado. Los trenes, al fin, terminarían por evaporarse, igual que sucede con el agua de lluvia. El señor Hernández y el anónimo viajero del tren que partió de Cartagena, llegaron a Madrid. Mientras tanto, la vida de la ciudad sin duda alguna se fue recuperando de tan fabulosa ficción hasta volver a su normalidad.
PS.: RAH conserva todavía el viejo espíritu de los cronistas locales. Me devuelve el artículo con una nota adjunta muy breve que finaliza con un escueto “nada nuevo bajo el sol”. No tengo más remedio que concertar con él un encuentro. Igual no es importante, pero se necesita cierta aclaración. En la nota afirma que en ocasiones había trenes que desaparecían, aunque no precisa si eso fue lo que sucedió en esos días, y menciona, sin mayor precisión, una incipiente oficina de investigación. Ese término es el que utiliza, incipiente.