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ENTIERRO DE CRISTO, SIGLO XV- Museo Diocesano de Ciudad Real

Nº 6 – Cartas a Musulen – EL VIERNES SANTO DE 1771 EN ALCÁZAR DE SAN JUAN

  • Última modificación de la entrada:20 de abril de 2022

María Soledad Salve Díaz-Miguel.

Si en nuestros días la Semana Santa es un paréntesis más, de los muchos del año, para el esparcimiento y la devoción, en el siglo XVIII era un acontecimiento trascendental ya que con su celebración comenzaba uno de los periodos en los que se dividía el año para una sociedad agrario-ganadera como la de Alcázar de San Juan. Se iniciaba así, con la llegada de la primavera, el ciclo de la germinación que culminaría con la recolección. Esta concepción cualitativa y no cuantitativa del tiempo hacía que el inicio de los distintos periodos anuales estuviera relacionado con un acontecimiento, casi siempre religioso.

El propósito de este artículo es dar a conocer un hecho que forma parte de nuestro pasado histórico-cultural, concretamente cómo festejaba la villa el Viernes Santo en la segunda mitad del siglo XVIII, describiendo la procesión denominada del Entierro de Cristo, que estaba a cargo de la iglesia de Santa María la Mayor. Su tradicional celebración recogida en las actas municipales[1] podía verse alterada, unas veces por las inclemencias del tiempo y otras por las repetidas disputas entre los priores de ambas parroquias (Santa Quiteria y Santa María), como sucedió en 1755 cuando un pleito entre las dos dignidades parroquiales, limitó su recorrido a los alrededores de la iglesia.

Los actos religiosos de ese día eran sufragados por el ayuntamiento, a costa de las rentas de los bienes propios, con ayuda de las limosnas de los fieles. La solemnidad del suceso atraía a los vecinos a participar en esta manifestación pública de fe asistiendo, como invitados, las autoridades civiles y eclesiásticas: los cabildos de ambas parroquias con sus párrocos, las comunidades de religiosos de San Francisco y de la Santísima Trinidad, el Vicario diocesano acompañado de los oficiales de su audiencia, el señor Gobernador de los Prioratos y por último el ayuntamiento formado por los alcaldes y regidores.

La procesión se iniciaba a las cinco de la tarde, con la salida de dos imágenes, una correspondía a Cristo muerto llevado en hombros por eclesiásticos designados por el párroco de Santa María, y otra la de María Santísima de la Soledad que era procesionada por cuatro “caballeros” nombrados, unos días antes, por el concejo. A la imagen de la Virgen acompañaban el palio, el estandarte y los cetros. Las ocho varas del palio las sostenían otras seis “personas de distinción”, así mismo nombradas por el ayuntamiento, junto a dos regidores representantes de los dos estados, hidalgos y buenos hombres pecheros. El estandarte y los dos cetros eran portados por el regidor decano de ese año y los que le seguían en edad. El recorrido se dividía en cuatro tránsitos; el primero desde la misma Parroquia a las Esquinas de Nieba, el segundo partía de este punto al Convento de la Concepción, desde aquí al Altozano transcurría el tercero y el último terminaba en la iglesia parroquial de Santa María[2].

Pero la manifestación de la devoción colectiva del Viernes Santo no quedaba reducida a la procesión, sino que se iniciaba horas antes cuando los oficiales del concejo salían del ayuntamiento portando el estandarte y los cetros camino de la iglesia donde, a su llegada, comenzaba en su interior la función y sermón de Viernes Santo[3]. Este último lo pronunciaba o un religioso de San Francisco o de la Santísima Trinidad de forma alterna cada año[4].

Una vez finalizado el sermón y como acto previo al inicio de la procesión, se había introducido la novedad de la representación del desenclavo de Cristo. La primera referencia se encuentra en el libro de cuentas de propios de 1757 en el que se autorizaba al depositario de los bienes del concejo el pago de 10 reales a Diego Lijero por aver hecho el tablado en que se zelebro el descendimiento. El año siguiente son dieciséis reales lo que paga el ayuntamiento por construir el tablado[5]. Así expresan los oficiales del concejo cómo se realizaba la función de “descendimiento o desenclavo”[6]:

“El modo de solemnizarse este fúnebre paso es formarse un tablado en medio del cual se fija el santo madero de la cruz y se enluta con bayetas negras, en esta sagrada cruz se fija los pies y manos de nuestro redentor y para descender su sagrado cuerpo suben por dos escalas dos sacerdotes y con ayuda de otros se coloca tan santísimo cuerpo en tan sagrado sepulcro y así colocado se hace la procesión de el entierro de Cristo nuestro bien.”

Este tipo de representaciones eran comunes en muchos lugares del sur de España, como demuestra el relato de José Blanco White, que en la carta novena de su obra “Cartas de España”[7] hace referencia a la Sevilla de 1806, donde explica la ceremonia del Viernes Santo, cuya liturgia  concluía con el descendimiento, operación en la que se desenclava de la cruz un Cristo de tamaño natural. La hacen dos frailes, que representan a José de Arimatea y Nicodemo, y con escaleras y útiles de carpintería descuelgan una figura articulada, que colocan después en un ataud….

El Desenclavo era una forma colectiva de compartir activamente el dolor por la pasión y muerte de Cristo y enlazaba con la religiosidad barroca de exteriorización de la fe y de unas prácticas que tenían como finalidad conmover los sentimientos y por este camino conducir a la salvación de las almas. Para comprender la importancia que esta función tenía para la población alcazareña, no hay más que observar el número de gentes del lugar que esperaban horas y horas hasta que se celebraba el acontecimiento, pero tanto se mezcló “la devoción y veneración, con la curiosidad y la diversión”, que en 1771 se produce el fin de esta tradición alcazareña.

El dos de marzo de ese mismo año, el Vicario de la Orden de San Juan[8], residente en Consuegra, interviene prohibiendo el descendimiento de la cruz o desenclavo. De esta forma explica las causas de su decisión:

de algunos años a esta parte se ha introducido con indiscreto celo en la Iglesia Parroquial de Santa María de la Villa de Alcázar la función titulada el Descendimiento o desenclavo de Cristo Señor Nuestro de la cruz el día de Viernes Santo…….y ha continuado dando fomento a tales concursos, que se han preferido las gentes  a ocupar y tomar sitios y la iglesia con anticipación de muchas e incomodas horas, ocasionando graves irreverencias con sus conversaciones disgustos e indecencias que se advierten; y con los alborotos que se originan, ya por sentarse unas personas sobre otras,  y ya por colocarse no solo en los bancos, sino en los Altares, para alcanzar a ver la representación del descendimiento, habiendo llegado a tanto la profanación de la casa de Dios, de su culto, y de oración, que… suelen llevar de prevención algunas cosas comestibles, y bebida que con efecto gastan y consumen como si estuvieran en una comedia, fiesta de toros, o en sus casas, sin otro reparo, cediendo todos estos hechos en ofensa de Dios nuestro Señor, del sagrado de su templo, y causando mal ejemplo y escándalo, y otros perjuicios e inconvenientes muy considerables, y notorios, y mucho mas reparables en un tiempo tan Santo como de Semana Santa”.

La prohibición podemos situarla dentro de la postura de la Iglesia y algunos sectores ilustrados, opuestos a la pervivencia de la cultura popular, a conseguir la pureza  en la religión y en los cultos que se habían ido perdiendo al confundir la práctica religiosa con la diversión. Así, por una parte, las constituciones sinodales venían insistiendo en que las fiestas habrían de celebrarse con misas, sermones y todo tipo de devociones, pero sin alborotos, chanzas, bailes, y como dice el Vicario de Consuegra sin “especie alguna de tramoyas en representación de los misterios de Nuestra Santa fée Cattólica“. Por otra parte, el decreto de Carlos III de 1765, por el que se prohibían las actuaciones de los Autos Sacramentales y todo tipo de comedias de santos o relacionadas con la religión, consolidaba esta postura.

Para hacer efectiva la prohibición el Vicario, con un espíritu típico del Concilio de Trento, manda que se comunique “al Prior Párroco de Santa María, su teniente[9], sacristanes y demás personas a quien toque, que desde hoy en adelante no hagan con pretexto o motivo alguno, ni pretendan o permitan se haga y celebre el descendimiento y función referida en la misma iglesia bajo la pena de excomunión mayor “late sententie, ipso facto incurrenda”. Además de la de cien ducados que en caso de contravención  se exigirán irremisiblemente al mismo Prior y a los que con título de santos varones o con otro se intrometieren, vistieren para el descendimiento o coadyubaren a él en la citada iglesia, imponiendo la pena de privación de sus oficios”. Además, en el auto de prohibición, pide que antes de comenzar la misa mayor del Domingo de Ramos se publique leyéndolo a la letra para que llegue a noticia de todos los fieles. En un intento de evitar alteraciones del orden, el Vicario insiste en que sólo prohíbe la celebración del descendimiento, pero no la función, sermón y procesión del Entierro de Cristo según se hacía en la villa con reverencia y seriedad. Incluso llega a proponer que se cambie el sermón del descendimiento por otro dedicado a la Soledad.

En busca de apoyos para que la prohibición se cumpla sin alborotos, se envía también la orden al Ayuntamiento y al Vicario Diocesano que residía en Alcázar. Todos (el teniente de Prior y Vicario Diocesano) estaban dispuestos a acatar la orden superior, menos el Ayuntamiento que costeaba la función del Viernes Santo. El consistorio utiliza primero el procedimiento de la persuasión argumentando que el desenclavo es un acto piadoso que ayuda a la salvación de las almas e intenta convencer al teniente del Prior de Santa María, para que las puertas de la iglesia no se abran hasta la hora de comenzar los actos religiosos reduciendo el tiempo de permanencia de los fieles en el interior del templo y así obviar disgustos, que no se evitarán incluso cambiando el tema del sermón porque seguirá acudiendo mucha gente. Para terminar su alegato, amenaza que la villa no podrá seguir pagando porque la junta de propios no tiene facultad para librar maravedís algunos para casos y funciones no prevenidas en su reglamento y en este no esta prevenido sermon de Soledad por lo que si lo que el concejo propone de sermón y procesión no se cumple no habrá uno ni otro y será caso escandaloso a los fieles.

Y cuando todo esto falla el mismo día de Jueves Santo, 28 de marzo, dos diputados comisionados por el concejo, se presentaron en Consuegra, en la casa del Vicario, para que revocara la orden de prohibición y ante su negativa, unas horas más tarde, acudieron a la iglesia donde éste estaba confesando a unas monjas Bernardas con el mismo objetivo. Toda esta insistencia por parte del concejo resultó inútil.

Al no conseguir su propósito, la reacción del Ayuntamiento fue negarse a que hubiera sermón y procesión si no había descendimiento y aunque el Viernes Santo, 29 de marzo, la iglesia se encontraba llena de “personas de ambos sexos, preparadas las imágenes de Cristo en el Sepulcro, y de Nuestra Señora de la Soledad, para salir en procesión y el púlpito aderezado con paño negro para sermón; ni sermón ni procesión hubo” como reza el acta levantada por el notario en la misma iglesia de Santa María.

La falta de documentación de los años siguientes nos impide conocer si se mantuvieron las discrepancias y cuándo se reanudó la celebración de la procesión del Entierro de Cristo. Sin embargo en 1786, debido a un nuevo enfrentamiento entre los priores parroquiales[10] sobre la preeminencia de la iglesia de Santa María en algunas  procesiones y otros actos religiosos, confirmamos que se mantenía la procesión del Entierro de Cristo el Viernes Santo, presidida por el prior y clero de Santa María, con su cruz, clero y guion, acompañado por el párroco y clero de Santa Quiteria, sin cruz, pero con su guion. Las disensiones entre los priores suscitadas sobre el mismo tema continuaron convirtiéndose en pleitos ante los tribunales eclesiásticos hasta que en 1792, el conde de Aranda, en nombre del rey, pide al Cardenal Lorenzana, arzobispo de Toledo, que elabore un reglamento para evitar disputas de preferencia entre los curas priores de las iglesias de Santa María y Santa Quiteria. Una vez terminado se pasó a la aprobación del rey que lo firma en San Ildefonso el 11 de agosto de 1792. El punto tercero de esta normativa dice:

La procesión del Entierro de Christo[11], que es el Viernes Santo por la tarde, y sale de la parroquia de Santa María, se harà como siempre por este cura prior, y su clero, asistiendo los de Santa Quiteria sin cruz parroquial: Esta procesión pasara por la parroquia de Santa Quiteria, subirà por la calle del Vicario al Altozano, y por la calle de San Juan volverá a su parroquia.

 
[1] AHMASJ. Actas municipales correspondientes al siglo XVIII. Solo se conservan desde 1746 hasta 1770 y con huecos documentales entre estos años. El primer dato encontrado y relacionado con este hecho corresponde a 1751.
[2] AHMASJ. Actas municipales de 1770. El ayuntamiento invitaba y distinguía anualmente a un total de cuarenta caballeros para la celebración del Viernes Santo, más otros dos encargados de pedir limosna durante el oficio religioso y la procesión.
[3] En el libro de actas municipales de 1755 se conserva un pequeño papel suelto, sin firma, con el título Las circunstancias que se han de meditar en la Pasion de Christo son ocho: Quien padecio= Que padecio= Para quien padecio= Por que cusa padecio= De quien padecio= Como padecio y con cual caridad= A donde padecio= Y quando padecio que fue en la Pascua mas solemne de los Judios. Estos debían ser los puntos de referencia para el predicador.
[4] El ayuntamiento pagaba sesenta reales al religioso que lo pronunciaba.
[5] AHMASJ. Libro de cuentas de propios de 1758. Además pagaba 20 reales por los derechos parroquiales en Santa María por la función y procesión, mas 36 reales por las velas que iluminaban el altar donde se celebraban los oficios y las que se entregaban a las autoridades invitadas para asistir a la procesión.
[6] AGP. Archivo del Infante D. Gabriel y sus sucesores. Secretaria. Leg. 26.
[7] José Blanco White: Cartas de España. Alianza Editorial, Madrid, 1972, pág. 232.
[8] En los territorios del Priorato de San Juan de Castilla y León había dos Vicarios, el Vicario Diocesano, nombrado por el arzobispo de Toledo, que residía en Alcázar de San Juan, y el Vicario de la Orden, designado por el Gran Prior, que tenía su sede en Consuegra. En 1771 el Vicario de la Orden, nombrado por el Gran Prior el infante D. Gabriel de Borbón, era el licenciado D. Antonio Rodríguez de Aragón.
[9] Por encontrarse el párroco de Santa María en el convento de religiosos de San Juan de Santa María del Monte será su teniente, D. Joseph Antonio del Val y Heredia, el que tendrá que adoptar una postura ante este hecho.
[10] AGP. Infante D. Gabriel. Secretaría, leg. 23. Informe del párroco de Santa María, D. Joseph González Carbonera. Una de las disputas se centraba en la prioridad de Santa María, frente a Santa Quiteria, en el toque de las campanas mayores en la mañana del sábado santo.
[11] El ayuntamiento volvió a sufragar los gastos de la procesión que según el libro de cuentas de 1824 eran de doscientos reales.
Santísimo Cristo Yacente, COFRADÍA DEL SANTO ENTIERRO
Santísimo Cristo Yacente, COFRADÍA DEL SANTO ENTIERRO

María Soledad Salve Díaz-Miguel.

Licenciada en Filosofía y Letras, sección Geografía e Historia por la Universidad de Granada. Profesora de Enseñanza Secundaria en el Instituto  Miguel de Cervantes Saavedra de Alcázar de San Juan. Y, en la actualidad se dedica a la investigación histórica en diferentes ámbitos.
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