Gonzalo Molina Sánchez-Mateos.
Mucho ha cambiado el estado de conocimiento sobre las motillas desde que Manuel Pellicer y Wilhelm Schüle, dos investigadores que se dedicaron a estudiar la Edad del Bronce en la región, anduvieron por el término municipal de Manzanares y sus alrededores en el año 1963 realizando unos trabajos de prospección que pretendían buscar y documentar las motillas existentes en esta zona de La Mancha y poder conocer mejor estos yacimientos que de vez en cuando destacaban sobre la planicie manchega. Para ellos, y según los primeros trabajos relativos a estos emplazamientos, eran un tipo de yacimiento prehistórico con orígenes megalíticos, aunque de esto tuvieran poco como se demostró años más tarde.
Aunque el término ‘motilla’ sea una palabra más que familiar para muchos de nosotros, a día de hoy pueden encontrarse dos acepciones que la definen. Por un lado, en el lenguaje tradicional y popular manchego, una motilla es una pequeña elevación que destaca en mitad de la llanura, suele tener una forma cónica y que puede alcanzar algo más de 5 metros de altura y varias decenas de metros de diámetro, algunas de las cuales fueron utilizadas como demarcadores territoriales. Pero en el lenguaje arqueológico, una motilla constituye un tipo de asentamiento en llano fortificado de la Edad del Bronce de La Mancha destinado a la explotación agrícola y ganadera, aunque con un claro componente de captación de agua al ubicarse próximo a cauces fluviales o zonas que permitían un fácil acceso a recursos hídricos, y en torno a las cuales se habría desarrollado un pequeño poblado. Las motillas se definen como yacimientos arqueológicos asociados a la Edad del Bronce de La Mancha y enmarcados cronológicamente entre el 2.200 y el 1.300 a.C. (Nájera et. al., 2019).
Cuando los investigadores mencionados al principio del artículo comenzaron a estudiar las motillas y realizaron una pequeña excavación en la Motilla de Pedro Alonso en los años 60, quizá nunca llegaron a plantear la idea de que bajo esas acumulaciones de piedra se encontraría una construcción vinculada con el abastecimiento de agua. Más bien, para ellos las motillas constituían espacios de enterramiento y en torno al cual presumiblemente se habría desarrollado un espacio de hábitat.
Más adelante, concretamente a finales de los años sesenta, un equipo de la Universidad Complutense de Madrid dirigidos por Catalina Enseñat Enseñat y Martín Almagro Gorbea, y en colaboración con un grupo de profesores del Instituto de Enseñanza Media de la localidad, vinieron a Alcázar de San Juan para estudiar otra de las motillas que se encontraban en su término, la Motilla de los Romeros. La investigación arqueológica planteada sobre esta motilla se desarrolló en 3 campañas arqueológicas diferentes que apenas llegaron a los 30 días, entre noviembre de 1969 y mayo de 1970. A pesar de la corta duración de estas campañas quedó patente que las motillas serían algún tipo de estructura fortificada que quedaban organizadas mediante muros concéntricos en torno a una torre central (García Pérez, 1987).
Desde entonces, y en especial a partir de los años 80, se produce un auténtico auge de investigaciones y excavaciones de estos yacimientos: la Motilla de Santa María del Retamar, en Argamasilla de Alba, la Motilla del Acequión, en Albacete, o la Motilla de las Cañas, Motilla de los Palacios y la Motilla del Azuer, en Daimiel (Nájera y Molina, 2004), siendo esta última la que mayor trayectoria investigadora ha tenido a lo largo de los años y que ha servido de ejemplo paradigmático para comprender cómo podrían haber funcionado el resto de motillas.
Pero no podemos entender las motillas como construcciones únicas en la geografía peninsular y europea sin entender el propio contexto que las rodea. En ese sentido, las motillas surgen y se desarrollan en un contexto climático muy concreto determinado por un calentamiento global generalizado que conllevó un aumento de las temperaturas y un descendimiento drástico de las precipitaciones medias anuales. Esto, extrapolado a una región como la manchega, tuvo su reflejo en la sequía de los ríos y una dificultad manifiesta para obtener agua con la que poder sobrevivir. Sin agua con la que desarrollar sus cultivos y mantener sus ganados, la capacidad de supervivencia de estas gentes al medio manchego quedó mermada. Pero la capacidad de adaptación de estas gentes les permitió edificar estas construcciones y excavar hasta quebrar el nivel freático y obtener este necesario recurso.
En lo que respecta en nuestra comarca, el estudio de las motillas se quedó en aquel ya lejano 1970, y desde entonces no se han vuelto a realizar intervenciones arqueológicas sobre algunas de las motillas que se encuentran dentro del término alcazareño. Hasta hace algo más de una década se conocían al menos 4 motillas en el término municipal de Alcázar de San Juan: Motilla de Pedro Alonso, Motilla de los Romeros, Motilla de Casa de la Mancha y Motilla de los Brocheros. Aunque recientes estudios (Lenguazco, 2019) parecen apuntar que hay al menos hasta 7, sumándose a las ya mencionadas la Motilla de las Pedregosas, Motilla de Camino del Herradero 1 y Camino del Herradero 2.
Aunque de estas motillas no se conoce mucho, sí que pueden hacerse algunas apreciaciones. Las motillas que se encuentran dentro del término de Alcázar de San Juan se emplazan buscando, precisamente, las mejores condiciones hidrográficas y agropecuarias posibles, razón por la que todas ellas se encuentran en el centro o sur del término municipal, coincidiendo con los terrenos calizos y calcáreos de la cuenca sedimentaria manchega y bajo la que se encuentra el Acuífero 23.
La primera zona donde se observa una concentración de motillas es en torno a las tablillas del Záncara, la conocida como junta de los ríos, donde la confluencia de este con el río Giguela conforman una llanura de inundación que garantizaba una gran oferta medioambiental e hídrica, permitiendo incluso, en ciertos momentos en los que los caudales de los ríos fueran óptimos, poder desarrollar actividades como la pesca. Es en torno a esta zona donde en la actualidad se localizan hasta cuatro motillas: por un lado la Motilla de los Brocheros, conocida desde hace algunas décadas, y próxima a esta se localizan otras tres: la Motilla de las Pedregosas y las dos motillas del Camino del Herradero. Estas dos últimas han podido ser localizadas gracias al trabajo comparativo de imágenes aéreas de los años 50, los conocidos como “vuelos americanos”, con imágenes actuales, además de trabajos de prospección superficial que así lo han confirmado, ya que a día de hoy estas dos motillas del Camino del Herradero ya no existen por los intensos trabajos agrícolas.
Por otro lado, las motillas que se encuentran en el sur del término municipal, las más conocidas por todos por las intervenciones arqueológicas a las que se ha hecho referencia. Estas, al contrario que las descritas previamente, se emplazan en mitad de la llanura sin que se aprecie en la actualidad ningún cauce de agua próximos a ellas, aunque es cierto que el paisaje que se observa en el presente nada tiene que ver de cómo fue hace cuatro milenios. Los terrenos sobre los que se emplazan estas motillas son permeables y buenos para el drenaje de agua, además de aptos para el desarrollo de la agricultura, el pastoreo y en el pasado hasta aprovechamiento forestal (Lenguazco, 2015). Aquí se encuentran la Motilla de los Romeros, la Motilla de Pedro Alonso y la Motilla de Casa de la Mancha. Aunque las dos primeras han perdurado hasta nuestros días, la motilla de Casa de la Mancha también ha desaparecido por labores agrarias.
Como ha podido verse aún queda mucho por conocer y estudiar sobre estos yacimientos a pesar de que algunas de estas motillas han desaparecido en las últimas décadas. Conservar este patrimonio está en manos de todos, no solo por el intenso desarrollo agrario que tanto las ha afectado, sino también de aquellos que bajo el lucro personal y particular han expoliado estos yacimientos únicos. El término de Alcázar de San Juan siempre se ha presentado a los investigadores como una zona con una riqueza arqueológica y patrimonial enorme y las motillas solo constituyen un fragmento de ese pasado que puede seguir aportando enormes sorpresas en el futuro que nos ayuden a comprender mejor a nuestras sociedades pretéritas.
BIBLIOGRAFÍA:
SCHÜLE, W. Y PELLICER, M., (1965) “Prospección en Manzanares”, en Noticiario Arqueológico Hispánico 7, 75-76, Madrid.
GARCÍA PÉREZ, T. (1987), “La Motilla de los Romeros (Alcázar de San Juan)”, en Oretum 3, pp. 111-165.
NÁJERA, T. Y MOLINA, F. (2004); “Las motillas: un modelo de asentamiento con fortificación central en la llanura de La Mancha”, en La P. Ibérica en el II milenio a.C.: Poblados y fortificaciones, Universidad de Castilla-La Mancha, pp. 173-214.
NÁJERA, T. MOLINA, F., CÁMARA, J.A., ALFONSO, J.A., Y SPANEDDA, L. (2019): “Análisis estadístico de las dataciones radiocarbónicas de la Motilla del Azuer (Daimiel, Ciudad Real), en Cuadernos de Prehistoria y Arqueología de la Universidad de Granada 29, pp. 309-351.
LENGUAZCO GONZÁLEZ, R. (2015), Ocupación del territorio y aprovechamiento de recursos en el Bronce de La Mancha: Las motillas y su territorio de explotación directa. Tesis doctoral., Universidad Autónoma de Madrid, Madrid.
LENGUAZCO GONZÁLEZ, R. (2019), “Control de pasos y vías naturales de comunicación durante la Edad del Bronce en las tabla fluviales del rio Záncara (Alcázar de San Juan, Ciudad Real)”, Arkatros, S.L., pp. 92-109; en ArqueoWeb 19, 2019.
BENÍTEZ DE LUGO, L. (2010), Las Motillas del Bronce de la Mancha. Treinta años de investigación arqueológica”, en Arqueología, sociedad, territorio y paisaje: estudios sobre Prehistoria reciente, Protohistoria y transición al mundo romano en homenaje a Ma. Dolores Fernández Posse, pp. 141-162.