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Nº 1 — Cartas a Musulen – LA FERIA Y LA CASA DE LA TROYA

  • Última modificación de la entrada:21 de enero de 2021
ALFREDO MUSULEN BENAVENT.

Añoranza, sentimiento de pena por la lejanía, la ausencia, la privación o la pérdida de alguien o algo querido. La forma de recordar la infancia y la adolescencia que cada año, con la llegada de la Feria y Fiestas de Alcázar, se desarrollan con alegría y participación. Parece imposible no evocar el recuerdo de años pasados, la experiencia de la vida, aquello que nos hace recordar ciertos sentimientos y que hace aflorar esa añoranza. También se da el caso de personas que por motivos personales y profesionales no pueden disfrutar de ella, la feria, por la lejanía, aunque hoy en día esta dificultad es menor ya que a través de otros medios, como las redes sociales, nos permiten participar de ese espíritu festivo desde cualquier parte del planeta donde muchos alcazareños a pesar de su ausencia pueden recibir noticias del desarrollo de su feria.
Con este artículo queremos recuperar esa feria pasada, esa festividad local donde casi todo el mundo hacía algo y todavía se podía ir, si no a todo, a casi todo, algo que hoy es casi un imposible por las numerosas actividades que la componen, esos días en los que las personas se permitían gastar en artilugios y en ocio. Pero con el tiempo todo esto ha ido evolucionando. No podía ser de otra manera.
Aparte de las atracciones que hoy existen, en la feria se daban otras costumbres que con los años, y como siempre, por falta de demanda, se han ido perdiendo, como cuando a finales del siglo XIX venían los fotógrafos a retratar a quien quisiera. Hoy lo podemos hacer desde cualquier teléfono móvil. También era la época propicia para que se adquirieran los típicos calderos que habían feriado, o venían las vistas, esos cajones que ponían por fuera del recinto en los que se veían ciertas imágenes, o el tío de la rueda con premios gordos que nunca tocaban, o la gitanilla de los carrizos con molinos de papel de colores sujetos con alfileres, los puestos de los buhoneros, los títeres con sus fieras feroces que se ocultaban tras el teloncillo y los gruñidos del titiritero imitando los rugidos.
En cuanto a los alimentos, no han cambiado mucho respecto a las ferias pasadas. Casi son los mismos los que existen en la actualidad. Lo que sí ha cambiado son las costumbres en torno a ellos, como es el caso de las almendras saladas que solo se comían en la feria o el hecho de que las novias eran obsequiadas con un cucurucho de almendras, como símbolo de cortejo.
¡Ay, los juguetes! ¡Tan fáciles de conseguir por los niños y niñas en la actualidad! Antiguamente no los tenía nadie y los elementos de juego eran improvisados por los mismos chicos y chicas con lo que caía en sus manos. Se jugaba al caliche con un tarugo, las cajas de cerillas representaban tabas, el hueso del cordero que se comía en las casas… Y si durante la feria había algún padre afortunado en la rifa y le tocaba alguna muñeca, normalmente se guardaba para cuando se hiciera grande la chica y casi nunca era usada o se estropeaba poco a poco, puesta encima de la cómoda sin salir de la caja que tenía cuando la rifaron.
Antiguamente los tres días de la feria eran el 8, 9 y 10 de septiembre, aunque en los años treinta del siglo XX se cambiaron los días, del 1 al 4 del mes. Entre las razones que se alegaron para este cambio es que se iba a celebrar un certamen musical, como así fue. Después de la Guerra Civil, en 1939, se volvió a las fechas primitivas.
También la feria contaba con actuaciones culturales como la celebración de los juegos florales, el concurso de vestido barato creado por la Sociedad Recreativa Alces, las visitas de bandas de música de otras poblaciones, así como los famosos bailes de feria que se celebraban en los distintos círculos y casinos de la localidad que poco a poco, junto a los navideños, eran los más visitados por todos los alcazareños y gentes de los pueblos limítrofes.
El emplazamiento de la feria también fue cambiando con el paso del tiempo. Primitivamente se celebraba en la plaza Vieja y en la plaza de la Fuente, lugares que con el tiempo dieron lugar a la actual plaza de España. Gonzalo Fernández Pintado, frente a la farmacia, ponía su puesto típico de las orzas, cántaros, barreños y tinajas. Entonces el ocio quedaba en un segundo plano y premiaba más la compra de productos necesarios para la vida cotidiana. En 1955 la feria se trasladó a la plaza del Arenal pues la otra se había quedado pequeña y no facilitaba la movilidad de las personas. Desplazarse a este nuevo espacio supuso darle una mayor importancia, con más atracciones y carruseles.
Los conciertos de música de la feria se hacían en la plaza de la Aduana, donde estaba la casa de “la Troya”, un lugar emblemático que han conocido muchos alcazareños y donde muchos han podido jugar o vivido en ella. 
La feria traía consigo que los vecinos de las calles donde se instalaba la vivieran de diferente manera, como es el caso de la cercana casa de “la Troya”, una especie de “torre de Babel” de gentes que vivían en esta plaza de la Aduana, que en plena posguerra y sin trabajo hacían lo que podían para poder sobrevivir, dedicados en su mayoría al estraperlo de productos alimenticios, relojes, cromos, etc., que hacían la delicia de su clientela. Su callejón tenía una portada que se comunicaba con la Rondilla de la Cruz Verde y un portón que daba a la plaza de la Aduana flanqueado por un lado por la droguería de “los Maldonado” y a continuación la carnicería de Santiago y al otro lado una tienda de patatas, todo situado donde hoy hay sendos bloques de pisos. Era un centro neurálgico para la celebración de distintos acontecimientos, donde compradores y vendedores se mezclaban con los niños que en ella vivían y con los foráneos que en ella jugaban o utilizaban su servicio comunitario antes de ir a su casa o para seguir jugando en la cercana plaza del Arenal, lugar donde también se concentraban los distintos chicos y chicas de las diferentes calles aledañas para jugar.
El origen del nombre de esta plaza de la Aduana se desconoce, aunque desde el siglo XIX estuvo poblada de comercios y en ella vivió el médico Leoncio Raboso, Tomás Sánchez Tembleque, que realizó grandes operaciones mercantiles en la ciudad, Frutos Sánchez, animados cervantino por excelencia, o el escritor José Corredor-Matheos que nació en esta misma plaza en 1929.
Una casa, esta de “la Troya”, donde vivían familias enteras en dos habitaciones en una edificación de dos plantas, en una especie de “corrala”. El estraperlo, como ya hemos dicho más arriba, formaba parte del día a día de las gentes que vivían allí. Por ejemplo, “la Benita” solía vender aceite a los niños eso sí, cuando la brigadilla no estaba. También se vendían judías, garbanzos, lentejas que se traían en bicicleta de otros pueblos para revender, o el puesto que “la Emilia” tenía en un cuarto de su casa donde vendía picón, harina, patatas. Incluso había quien vendía berenjenas por la calle. En un rincón del corral de esta casa había también una churrería a la que se acercaban a comprar los churros, generalmente los domingos. Otra de las actividades de esta casa era la celebración de bodas y otros acontecimientos con participación comunitaria pues muchas familias que allí vivían lo hacían durante todo el año en lo que se llamaba en esa época “el derecho a cocina y baño”. 
La casa de “la Troya”, además, sirvió para hospedar al personal del Teatro Chino que se instaló durante más de medio año en la plaza del Arenal. Es un caso común lo de esta casa de la que tan solo queda el recuerdo de los habitantes que residieron en ella a los que se les denominó “los troyos”, unas diez o doce familias a las que queremos, con este pequeño artículo recordarlos con esa añoranza que despiertan los días de feria.

ALFREDO MUSULEN BENAVENT

Trabajador del Patronato Municipal de Cultura durante cerca de cuatro décadas, ha sido uno de los transmisores de la cultura en Alcázar durante mucho tiempo, por su experiencia y diferentes facetas artísticas, entre ellas la fotografía, nos ha dejado un importante legado en el archivo histórico municipal de Alcázar de San Juan. Junto al historiador Francisco José Atienza Santiago relata en este artículo los recuerdos de su infancia entre esta casa de la troya y el barrio el Santo donde pasó buena parte de su vida. D.E.P.

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